Ernesto Palermo

MENSAJE parcial DE MONS. MARINO, OBISPO AUXILIAR DE LA PLATA

Oigamos al apóstol San Pablo en su Carta a los Romanos: “¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? ¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte? Por el Bautismo hemos sido sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo resucitó para gloria del Padre, también nosotros llevemos una Vida nueva” (Rom 6, 2-4).

Hay en estas palabras mucho para meditar. ¿Qué nos pasa a los cristianos bautizados en la Iglesia Católica, que somos la inmensa mayoría en nuestra patria, y que sin embargo tan poca relevancia tenemos a la hora de mostrarnos como tales en los momentos y lugares donde se juegan los valores que rigen nuestra vida ciudadana? ¿Por qué resultamos irrelevantes y no expresamos nuestras convicciones, cuando las circunstancias exigen obrar y hablar, y no callar, aun a costa de pérdida de prestigio y ventajas de este mundo, en los cargos públicos, en la magistratura, en el recinto parlamentario, en la docencia, en el ejercicio de la profesión?

Vivir como resucitados con Cristo, implica tomar conciencia del compromiso bautismal de morir a la mentalidad de este mundo, que hoy se impone con éxito. ¿Qué nos pasa a los católicos, que pedimos el Bautismo para nuestros hijos y después no nos comprometemos con sus exigencias? ¿Qué les pasa a los políticos que se identifican como católicos, pero luego apoyan leyes aberrantes y manifiestan abierta hostilidad hacia las enseñanzas de la Iglesia y hacia sus pastores?

Hoy se promueve en nuestra patria mucho rencor y resentimiento, haciendo foco en hechos del pasado con una memoria ideológica muy parcial y con anhelo de venganza, mientras que en el presente se desoye el clamor de muchos, incluidos los pobres, que lloran a quienes ya no están porque han sido víctimas de la inseguridad.

Nosotros los cristianos respetamos a las autoridades, porque así nos lo enseñó el Señor y así lo proclama la Palabra divina (Rom 13, 1-7). Pero esa misma Palabra nos enseña que hay un único Señor ante quien toda rodilla se dobla, y sólo ante Jesucristo hacemos genuflexión (Flp 2, 10). También recordamos que, en materia de leyes, toda invocación de una “obediencia debida”, sea al partido o al poder de turno, que quiera pasar por alto la ley divina natural, esta vedada al cristiano digno de este nombre.

Los cristianos amamos y respetamos la libertad. Pero no podemos separarla de la verdad objetiva y de la responsabilidad. Todos sabemos que en ciertos temas, los medios de comunicación social, maravillosos en sí mismos, con frecuencia no representan la realidad tal como es, de manera verdadera y ajustada a los hechos. La selección y jerarquía de las noticias, los detalles a los que se da relevancia y la sustancia de las cosas que se pasa por alto, el silencio llamativo sobre algunos hechos de importancia y el acento desproporcionado sobre otros, dependen de la mentalidad de sus dueños. Verdad de Perogrullo que es bueno recordar, pues es deber de los pastores alertar a su grey.

¿Cómo puede ser, nos preguntamos a modo de simple ejemplo, que en un Viernes Santo las alternativas de la Copa Davis ocupen en los noticieros, y en la programación de los medios de comunicación, tanto espacio, y ninguno, o casi ninguno, el Viacrucis del Papa y las multitudinarias manifestaciones de fe que tienen lugar a lo largo y a lo ancho del país y del mundo? ¿Es esto reflejar la realidad? ¿Es esto respetar los sentimientos religiosos del pueblo argentino?

¿Y los cristianos dónde estamos? Damos a veces la impresión de que hemos olvidado que seguir a Cristo crucificado y glorioso implica marchar por el camino estrecho y entrar por la puerta angosta (Mt 7, 13-14). Implica también estar dispuesto al testimonio y al odio del mundo: “Si el mundo los odia –nos ha dicho Jesús en la última Cena­– sepan que antes me ha odiado a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo, sino que yo los elegí y los saqué de él, el mundo los odia” (Jn 15, 18-19).

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